miércoles, 31 de diciembre de 2008

Sólo yo sé lo que tengo

Una señora va a una aerolínea a comprar dos pasajes en primera clase a Madrid. En la conversación, al pedir los nombres de los pasajeros el empleado descubre que el acompañante de la señora es un mono. La compañía se opone y el argumento de que si ella paga el pasaje puede viajar con quien quiera es radicalmente rechazado.


Si bien en un principio la compañía adopta esta actitud, una oportuna carta de recomendación de un político de turno logra que le den un permiso para llevar al mono, no en un asiento sino en una jaula, como marcaba la norma, tapado con una lona, pero en la zona del equipaje de las azafatas en el fondo de la cabina del avión.



La mujer acepta la negociación de mal agrado y el día del vuelo sube al avión con la jaula cubierta con una lona verde que lleva bordado el nombre de FEDERICO. Ella misma lo traslada al estante de puerta de tijera del fondo y se despide de él. “Pronto estaremos en tu tierra, Federico, como se lo prometí a Joaquín”.



Da un vistazo para controlar el lugar y vuelve a primera clase a acomodarse en su asiento.



A mitad del viaje, una azafata muy atenta tiene la ocurrencia de convidar al mono con una banana y, para su sorpresa, se encuentra con que el animal está tirado inmóvil en el piso de la jaula. La azafata ahoga un grito de horror y llama al comisario de a bordo, no tan preocupada por el mono como por su trabajo. Todos sabían que la señora dueña del mono venía muy recomendada.



En el avión se arma un tremendo desparramo. Todos corren de aquí para allá. El comandante se acerca a Federico y le hace respiración boca a boca y masaje cardíaco. Durante mas de una hora intentan reanimarlo, pero no ocurre nada. El animal está definitivamente muerto.



La tripulación decide enviar un cable a la base para explicar la situación. La respuesta que reciben tarda media hora en llegar. Hay que evitar que la pasajera se entere de lo sucedido. “Si la señora hace un escándalo posiblemente los dejen a todos en la calle. Tenemos una idea. Sáquenle una foto al mono y mándenla por fax al aeropuerto de Barajas en Madrid. Nosotros daremos instrucciones para reemplazar al simio apenas aterrice el avión”.



El personal a cargo efectúa la orden al pie de la letra. Envían la foto y en el aeropuerto ya se están llevando a cabo los preparativos para la operación sustitución. Mientras esperan que el avión aterrice, comparan la foto del mono de la pasajera con el mono conseguido. Al mono muerto le falta un diente; entonces le arrancan uno con una tenaza al falso Federico. Luego ven que aquel tiene una marca rojiza en la frente, así que con un matizador maquillan al mono nuevo. Detalle por detalle arreglan las diferencias hasta que finalmente un rápido hachazo equipara el largo de sus colas.



Terminan el trabajo justo justo cuando el avión aterriza. Los asistentes salen rápidamente, sacan a Federico de la jaula, lo tiran al cesto de basura y ponen al mono nuevo en su lugar. Lo tapan con la lona y el comisario es designado para entregarlo.



Con una sonrisa, el hombre entrega la jaula a la señora mientras le dice:
- Señora, su mono.
La señora levanta la lona y dice:
- ¡Ay, Federico! Estamos otra vez en tu tierra.
Pero cuando lo mira bien, exclama:
- ¡Este no es Federico!
- ¿Cómo que no es? Mire, tiene rojizo acá, le falta el dientito…
- ¡Este no es Federico!
- Señora… todos los monos son iguales, ¿cómo sabe que no es Federico?
- Porque Federico… estaba muerto.



Y entonces todos se enteraron de lo que nunca pensaron. La señora llevaba al mono a España para enterrarlo, porque era una promesa que le había hecho a su marido antes de morir.

Lo cierto del cuento es que nadie sabe mejor que yo lo que llevo en mi equipaje, lo que yo llevo lo sé yo.
¿Quién me va a decir a mí cómo tengo que viajar?

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